Una historia de ficción. O no?

Él está convencido de que en realidad no pertenece a la familia que lo crió. No, no puede ser, si salta a la vista que es diferente. Tiene que ser un Anchorena. Eso, un Anchorena, un Alvear, un Álzaga.
Seguramente hubo un error y lo cambiaron en la maternidad. O peor, sus padres verdaderos lo dejaron en una canastita con primorosos encajes en la puerta de una iglesia, o algo así. Quizás su madre no estaba casada, o su padre no lo quiso reconocer. Pero lo que se hereda no se hurta. Él es un Anchorena, de eso no cabe dudas. Se nota en el porte, en la forma de hablar, se nota en lo que dice y en sus convicciones.
Ya lo va a venir a buscar su papá, y juntos se van a ir a tomar unas copas al jockey. O a jugar al golf, o a alentar a La Dolfina, por qué no. Las vacaciones en el Caribe, en Europa, en la Polinesia. Juntos, van a dirigir las empresas familiares. Y bien cortitas que las van a tener a las mucamas.
Mientras tanto, él sigue atrapado en esa familia de clase media rasposa que se limpia su propia casa y come pizza pedida por teléfono. Sintiéndose el cóndor que se crió entre pavos.